dimanche 17 juin 2012

Los chongos de Roa Bastos: otro caso de babosismo intelectual, por Mario Castells

Los chongos de Roa Bastos: otro caso de babosismo intelectual A los compañeros muertos y heridos en el desalojo de Estancia Morumbí, Curuguaty. A los que hoy más que nunca levantan las banderas de la Reforma Agraria Radical.  Si tuviera que decir con toda precisión cuál entiendo la tarea más importante del momento actual y nuestra responsabilidad cultural, diría que es la construcción de una literatura. (...) No basta que haya obras literarias, buenas y exitosas, para que exista una literatura, para alcanzar tal denominación, las distintas obras literarias y los movimientos estéticos deben responder a una estructura interior (...) que responda a una necesidad de la sociedad en que funcionan. Ángel Rama, “La construcción de una literatura” 1. Pléito rire pléito jey Nadie quiere raptarlos ya en la cuaresma opaca de la simulación luguista; a la burguesía liberal y a los sectores ilustrados del progresismo (vástagos de la misma fracción de clase), los ofrecimientos del nacionalismo cultural paraguayo l ay, según ellos, reside precisamente en el análisis de las relaciones entre sociedad civil y sociedad política y la no constitución del bloque histórico1. Lo que trasunta de todo esto, para nosotros, no es el rechazo al uso narcotizante de la “ideología paraguaya” 2 como ellos (Schvartzman y una pléyade de discípulos bastante heterodoxos) aducen, sino la operatoria que encausa esta misma fracción de clase que, en la crisis de decadencia del principal sostén del sistema de dominación -el Partido Colorado-, ha identificado en el nacionalismo el verdadero limón exprimido que necesita agusanar para establecer un nuevo sustento ideológico al orden dominante. Si tenemos en cuenta, como el Meliá de los 70, las palabras del historiador norteamericano John Hoyt Williams, que no fue sino “el nacionalismo el que hizo de esta provincia la primera república verdaderamente independiente del continente, le dio crecimiento, unidad y fuerza –e hizo también posible, quizás probable, la guerra que casi destruyó la nación” (citado por Meliá 1997: p. 69), renunciar a él es trastocar la herramienta primordial con la que se forjó nuestra historia. Partiendo de la certeza de que jamás en lo que va desde 1870 hasta la actualidad ha habido una cultura verdaderamente nacional en el Paraguay oficial, es también necesario acordar que la resistencia popular paraguaya a la cultura dominante ha tenido visos, tal como lo percibiera Rafael Barrett a principios de siglo XX, de portentoso heroísmo. Resistencia cultural que se ha sostenido en el tiempo a pesar de leves triunfos y derrotas históricas, se hace presente hoy en la paradoja de una sociedad que responde a una ética que ha cristalizado rural y en lengua guaraní, siendo su identidad una identidad por la negativa, una remembranza y no una proyección hacia el futuro. Ahora bien, no lleva mucho tiempo el tránsito de una cultura nacional a una desnacionalizada, más aún cuando nunca se ha llegado a forjar una verdadera cultura nacional-estatal. Si la identidad es ubicación en un mundo específico (sitio jerárquico, asimilación de creencias y valores de la ideología dominante), las clases medias paraguayas se van identificando a sí mismas, subjetivamente, gracias a la cultura de consumo de las metrópolis, cada vez más con la Argentina y el Brasil, las dos principales sub-metrópolis del país. Este proceso de re-colonización agrede al Paraguay con la misma temeridad del colonialismo pero fortificado en su embate por la secular experiencia de expoliación y coloniaje recurrentes. Dejado el pueblo sin los instrumentos simbólicos de su propia inteligibilidad, porque ya antes ha sido desprovisto de sus fuentes económicas, el futuro de la cultura nacional se abre sobre el horizonte de dependencias cada vez más acentuadas. En este sentido el proceso de modernización, de urbanización (…) y el nuevo sistema de comercialización, agrava la situación, ya que lo que bastaba a la inteligibilidad y modo de ser de una sociedad rural, se convierte en anomia en una sociedad suburbana y en las nuevas aglomeraciones proletarias (1997: pp. 75- 76). 2. Chicharõ trenzado Sujeta a la definición ahormada de cultura de masas, ésta se corresponde con la realidad económica capitalista, desde su fase principal en tiempos de la revolución industrial hasta la actualidad de crisis cultural aguda, con su industria de la cultura o industrias creativas. Es un hecho comprobable que la cultura de masas ha reforzado el ejercicio de sometimiento de las culturas dominantes sobre las dependientes produciendo a gran escala, con técnicas y procedimientos cada vez más avanzados, ideas, discursos, modos de vida, subordinándolos a la rentabilidad capitalista y a la tensión permanente entre la creatividad y la estandarización. Este fenómeno se ha agravado con la entrada, no por necesaria menos avasalladora, de las telecomunicaciones y nuestro actual disimulado cautiverio en el panóptico virtual. No obstante ello, es ingenuo y hasta reaccionario clamar, en nombre de la cultura popular, contra la tecnología y su matriz neocolonialista como un pastor evangelista que propugna “escapar a lo mundano”. La cultura de masas ha mostrado que puede convivir con las culturas subalternas, no necesariamente acaba con ellas. Más aún, cuando la cultura popular adquiere valor de educación, forja iniciativas que, en buena medida, se han valido de los medios de comunicación de masas como vehículos de su difusión. Al contener sus mitos fundadores, la memoria colectiva de una sociedad o de un grupo social ofrece instrumentos y pautas para la interpretación del pasado, la percepción del presente y la proyección del futuro. En América Latina, la memoria latente de los sectores populares se manifiesta en primer lugar en el marco de la oralidad comunitaria. Hace tiempo, sin embargo, que fragmentos de esta memoria se vienen aludiendo o recreando en las prácticas más diversas de la cultura masiva. Tal es el rostro de Jano de los medios de comunicación que aleccionan a una parte enorme de la sociedad configurando opinión, percepción, disposición y disciplinamiento. Entender y asumir el mandato de lucha contra el statu quo y la cultura dominante es lo que hace al artista, no un Job sumiso chapaleando en el estercolero, sino un comunero batallador que se refriega en el lodazal de la vida cotidiana de su pueblo con conciencia plena de su tarea histórica. De nada valdrá que el autor clame: «¡Mi libro, mi obra, mi historia, mis personajes, mis obsesiones!...». En nuestra cultura contaminada por el culto de la propiedad, el “creador” sufre cólicos morales que no tienen remedio. De poco le servirá que la vanidad literaria procure reanimarlo soplándole insidiosamente: «Ahí están. No se han perdido. Después de todo has escrito para ser leído. Te leen, te discuten. La crítica se ocupa de tu libro. (...)». Para el autor que no se deja engatusar del todo por su mala conciencia, la emancipación de la obra no representa su transformación en una suerte de bienes relictos con relación a la “espiritualidad del trabajo artístico”. No se asemeja al desgarramiento de una traición filial. Tampoco equivale, en el aspecto de la “materialidad” de la obra, a la enajenación de sus derechos de autor. (Roa Bastos 1991: pp. 91) Antes de proseguir y quizás amortiguando el salto, explicaremos ciertos aspectos que hacen al desarrollo del proceso cultural paraguayo. Como es sabido, no todos los países atraviesan simultáneamente el mismo proceso de desarrollo económico sino que lo hacen de distintas maneras y con distintos ritmos, lo que conocemos conceptualmente como de ley de desarrollo desigual. Es difícil, además, sustraerse a la realidad histórica de la dependencia latinoamericana y más aún a la dominación por partida doble que ejerce el sub-imperialismo brasileño sobre Paraguay. Como sabemos, la división del mundo en países adelantados y atrasados, según el resultado del encuentro desigual en el marco del sistema de dominación imperialista, también prohijó una serie de potencias regionales. Sin embargo, la evolución de la ‘economía mundo’ ha demostrado que países atrasados, aún hinterlands sojeros como el nuestro, complementan su atraso con los últimos avances de la sociedad capitalista. De ahí surge el desarrollo combinado, que demostró Trotsky en Resultados y perspectivas con el ejemplo de Rusia. Pero para no quedarnos solo con la excepción revolucionaria, también los Estados Unidos son ejemplo de otro tipo de desarrollo combinado: el industrial más avanzado del planeta combinado con la ideología más retrograda para todas las clases. Ateniéndonos a esta ley, por las particularidades del proceso de conformación de la burguesía paraguaya como sujeto histórico, la literatura y el arte del Paraguay tuvieron sus primeras y limitadas manifestaciones con el gobierno de Carlos Antonio López. Así pues, en el plano de la economía, la acumulación primitiva de capital (que se dio durante este gobierno pero que fue posible gracias a la defensa de la independencia y la integridad territorial del gobierno del dictador Francia), el problema fundamental del régimen lopizta estuvo planteado a partir de la oposición entre los intentos de preservar lo propio y los de imponer lo ajeno. Como lo advierte Ticio Escobar: Entre otros problemas, la modernidad plantea uno inevitable: las disputas, asimetrías y “destiempos” ocurridos entre el arte hegemónico, a cargo de las metrópolis centrales, y el producido por las periferias condicionados por los modelos metropolitanos. Estas tensiones originan desplazamientos, reacomodos y reformulaciones que, en muchos casos, dan como resultado productos nuevos, marcados siempre por sus orígenes diversos y por el esfuerzo que exige la conversión intercultural (2009: p. 375) Estas manifestaciones estuvieron mediadas por las particularidades originarias de esta oligarquía y su proyecto, que no pasaba de ser un ambicioso programa. Liberal en lo económico y conservador en lo político institucional a fuerza de mantener rígidamente la disciplina interna, la burguesía lopizta, ligada al poder del estado, alcanzó un incipiente desarrollo en aquellos años, lo que alcanzó al Paraguay para colocarse en ventaja respecto de sus vecinos. Sin embargo, este desarrollo no fue motorizador de modernas instituciones democrático-burguesas y menos aún de una literatura y arte acordes al rol histórico que llevaba adelante esta clase social. Aún así, ya durante la guerra y quizás debido a ello mismo, con el surgimiento del periodismo bélico en lengua guaraní y los grabadores de esa misma prensa, podemos atisbar los inicios de eso que hace a la particularidad de nuestra cultura nacional, el arte alternativo (tal como lo entiende Martin Lienhard) como único viable e integrador3. Este desarrollo quedará silenciado tras el genocidio de la Triple Alianza, logrando sobrevivir tan solo algunas manifestaciones del arte indígena y popular, ambas cauteladas por su propia debilidad política. Si consideramos que nuestra literatura, que no ha sabido responder a las necesidades de la sociedad en que funciona, soterrada por una pesada losa de dictaduras liberales y coloradas, pudo generar una obra cumbre de la literatura mundial como la de Augusto Roa Bastos, la confirmación de esta ley queda estipulada en la praxis. Esta obra ha significado un gran paso adelante y ha valido por un sinfín de regresiones de una elite intelectual sin atributos. Sin más, la narrativa paraguaya de la actualidad, impactada por lo que se ha dado en llamar la cultura de la imagen, ha acometido durante estos últimos años la tarea de entrar al redil de la globalización imperialista sin que ese fehaciente esfuerzo signifique una búsqueda de modernización de la propia cultura paraguaya. De resultas, en un universo saturado de discursos mediáticos, el rasgo combinatorio de desarrollo tecnológico ha potenciado nuestra insularidad de manera inversamente proporcional a la mala conciencia de artistas colonizados que visten a modo de frac y galera, un sobreactuado cosmopolitismo. Tanto ha sido su afán usurero que siquiera han atinado a desplegar algún tipo de mirada crítica a la forma en que estas tecnologías transforman nuestras subjetividades y nuestras sociedades. De allí como ciertas innovaciones, si es que podemos tomarlas como tales, por su trivialidad, se agotan en la mera enunciación o en la primera vez que se ponen a prueba. 4. Hurreros de la vacuidad Si entendemos que la literatura es un edificio del espíritu construido sobre los fundamentos de los hechos económicos, políticos y sociales, no hay nada más saludable que la actitud de lúdica descortesía de las nuevas generaciones. Es una realidad objetiva que las tradiciones que no se renuevan constantemente se anquilosan, se osifican. Vale señalar, sin embargo, que la búsqueda a contrapelo de la tradición no puede atentar contra las fauces nutricias del universo mítico, aquellas que reafirman la memoria histórica de la colectividad. Es inadmisible aceptar en el baile de máscaras de la posmodernidad, la novedad reciclada de los viejos enemigos de la cultura nacional. La eclosión de lo que se conoce con el nombre de “editoriales cartoneras” se da a partir de la irrupción de Eloísa Cartonera, creada y capitaneada por el escritor argentino Washington Cucurto (pseudónimo de Santiago Vega) en 2003 como respuesta a la crisis del neoliberalismo en Argentina. Al calor de puebladas y semi-insurrecciones, las cartoneras se esparcieron a lo largo y ancho del continente. También en Paraguay, por supuesto, donde aparece Yiyi Jambó en 2007. Aunque similar a sus hermanas precursoras en lo que atañe a ciertas pautas estéticas, la paraguaya, que no estuvo ligada a la acción directa ni a ninguna experiencia de auto-organización de las masas, se caracteriza por su liberalismo ideológico, formalmente anarco-individualista y macarthysta a full. Alentando la producción de textos en portunhol selvagem, idiolecto brasiguayo mezcla de portugués, español y guaraní, el creador de la primera cartonera paraguaya, fue Douglas Diegues. A él se sumaron Edgar Pou y Cristino Bogado que aportaron todo su empeño para la eclosión de una camarilla gestora atada al negocio editorial de libro cartonero, al que dispone como rampa merchandising de la industria editorial. Así llegamos al libro que bajo el sello de Santiago Arcos, editorial del circuito filo-universitario de la UBA, se postula como la única representación de la joven literatura del Paraguay: Los chongos de Roa Bastos. La antología realizada (selección, introducción y notas) por Sergio Di Nucci (alias Bruno Morales, profesor y novelista plagiario), Nicolás G. Recoaro y Alfredo Grieco y Bavio, tiene como principal promotor, sin embargo, al gran capitán Cristino Bogado. El programa de este rejunte sigue un poco la afirmación de Dilthey (“nosotros tenemos razón porque somos jóvenes”) agregando a ella otras bagatelas justificadoras. Los chongos de Roa Bastos enfrentan la desestructuración social, la migración del mundo rural y las mutaciones alucinadas del Paraguay de nuestros días. Sus personajes bailan al ritmo cumbiantero y cachaquero de los barrios populares, de sus narradores oímos las voces laterales del mundo capitalino y la historia de viejas urbanidades en ciudades cada vez menos rústicas (Contratapa de Los chongos de Roa Bastos) Ligados como parasitas al tronco de la mayor figura de la literatura paraguaya, el factor aglutinante de la antología, es la trivialidad. El impulso mismo de la novedad viaja a lomo del nombre del finado, lo cual imposibilita cualquier parricidio. Antes al contrario, vende una victimización que al margen de poder ser tratada como testimonio, sólo tendría valor, si realmente no fuese literatura y la cuestionase. Pero el odio al tirano, ciertamente, les ha dado un pequeño coraje y con él se han congregado en la invocatio como un grupo de adolescentes que juegan al juego de la copa. Caracterizando a Roa Bastos como “el mejor escritor argentino que escribió sobre Paraguay”, el conjuro para democratizar la cultura no pasa para estos escritores por la soberanía política, la jerarquización del guaraní como lengua literaria, la recuperación de los grandes mitos de la oratura popular e indígena, ni menos aún por los programas reformistas de alfabetización e inclusión social, sino por la simbiosis entre la cultura de la pobreza y el multiculturalismo. Lo cierto es que de pergeñar un verdadero parricidio, habrían necesitado un montaje, una escena del crimen (al menos el teatro de Hamlet), pero lo que nos culmina sugiriendo el gesto es poco menos que un chascarrillo. La chicana no sostiene un cambio de paradigma, tampoco sostiene la carcajada. Por eso luego, pasando revista al ‘entre nos’ de la literatura paraguaya, los antologuistas revelan su posición y sus objetivos. La operación se devela un chisme de doña Ángela Rodríguez-Alcalá, la vieja babosa liberal: La existencia y subsistencia de un único escritor internacional poco renuente a abandonar esta posición explica el titulo de esta antología. Dos de las mayores figuras literarias, el poeta Carlos Villagra Marsal y el novelista Rodríguez-Alcalá han resentido la noche lateral a la que ese brillo los destinó. Acaso haya sido más notable el oscurecimiento en el caso de Rodríguez-Alcalá: sus novelas, entre las mejores que se escribieron en castellano en las últimas décadas iberoamericanas, son poco leídas fuera del país. (Di Nucci, Recoaro y Grieco y Bavio 2011: pp. 10-11, las negritas son nuestras). Lo cierto es que la crisis del concepto clásico de estilo y de género ha trocado por el de hibridación multimediática del arte; la individualización en masa y espectáculo. Ergo, el simulacro estético y la banalización de la cultura, son los signos que prevalecen desde los centros a las periferias del capitalismo tardío. Así, los chongos impelen al Paraguay trámites de visado para el ingreso en la época actual como otrora los liberales-positivistas requerían la eliminación de las rémoras cretinistas (el guaraní, el comunitarismo) para entrar al redil de la civilización. La fascinación que sienten por las nuevas tecnologías, a riesgo de la irrelevancia, acompaña el apogeo de la cultura rápida, de fácil consumo. Y antes que espacio posible para lo múltiple y lo diverso, es decir, un lugar heterogéneo, de entrecruce de lenguajes, recaen en lo que Carlos Luis Torres denomina “la percolación de lo banal”, donde “lo epidérmico sustituye fácilmente el centro y la vacancia dejada por la unión imposible de varias teorías es ocupada de forma desafortunada por la ‘palabreja’” (2004). Como sea, los textos producidos en castellano, portugués, guaraní o en su hibridación para nada salvaje, no responden al deseo de una reafirmación identitaria de corte anti-colonialista. Sus bases están en la triple-frontera, en la literatura mau. Tampoco los berretines de arandu bailantero constituyen una crítica al orden social. Estos recursos de “no estilo” sirven, al contrario, como plafón instrumental contra la solemnidad de la cultura estatal paraguaya. No es gratuita, desde ya. La campaña de la “anti-solemnidad” de los chongos, subsidiaria del lenguaje de Crónica y el Popular, medios que alientan intereses nada populares, se religan a una moral lumpen semi-intelectualizada e ahijada de la mercadotecnia. La rebeldía de los cartoneros paraguayos se acota en llevar los principios pequeñoburgueses hasta el paroxismo, la filosofía de la pequeña burguesía desclasada que se refugia o busca desesperadamente en el individualismo una tabla de salvación. El casting despiadado y tempestuoso convocó al puberío intelectual, cerebral, brillante. Pero también al ala librepensadora y contaminada de ideas foráneas, modernizadoras, globalizantes, la representada por la muchachada femenina. El gremio de travestis también envió a su embajada de letradas o letrados. La mafia homo, apelando a uno de los interminables tentáculos de sus turbias influencias y ramificaciones, como era de esperarse copó y atiborró la antesala de espera al noviciado. Más de un francotirador, literato inédito y cool, y aún los seguidores de los narradores de culto y más under, hicieron acto de presencia. Los lacanianos, hartos de vegetar entre su maraña de galimatías, su enrarecido olor a secta y su solipsismo lingüístico, y que se habían desaguado, como última terapéutica reformista, hacia la literatura, batallaron con sus pelucas rojizas y sus pieles de astracán por los pasillos kafkianos del intempestivo certamen literario. Los vendedores de huevos caseros en los colectivos sin aire, los cantantes de cachaca con letras engageés, los políticos trashumantes, los cambistas desempleados por la sempiterna crisis económica, las amas de casa sin suerte y simplemente hartas de comprar boletas de bingos y loterías y de jugar a la quiniela, lucieron sus escasamente glamorosas siluetas de eternos rezagados y su look de victimas sin redención por el atestado local. Los revendedores de ka’a y nevado enarbolaron su léxico tribal y su fonética callejera y actualísima… (Bogado en Los Chongos de Roa Bastos 2011: pp. 25-26). Los grupos de avanzada perciben cómo la solemnidad cultural ahoga y congela, impide el acceso nutrido a su trabajo, detiene la creación de un público. Lo que convierte al júbilo culturalista —orgía de esta tradición de lo nuevo— en fiesta cumplida en el vacío, es la ignorancia pública de los factores profundos de transformación: la tecnología y el cambio creciente de los sistemas políticos en el mundo entero. Si para Josefina Ludmer, pope de la crítica a la que los jóvenes se sienten cercanos, estos textos “no admiten lecturas literarias; no importa si son buenas o malas, ni si son o no son literatura, con lo cual se instalan en un régimen de significación ambivalente que es precisamente su sentido”, para nosotros, que bregamos por la construcción de nuestra literatura y no creemos ni por asomo que se haya alcanzado en Paraguay la época de la autonomía literaria, este aparato crítico deviene una inconsistente sarta de disparates4. Charles Bronson estava enamorado de Paraguaylândia y estaba dispuesto a matar ou morir. Lo importante era inventar nuebamente el Paraguay, la Sociedad sin Estado, y en eso llegaban los Kachikes Guaraníes acompañados del Antropólogo Don León Cadogan. Yo les dí la bienvenida a los Kachikes Guaraníes y al Antropólogo Don León Cadogan y com Charles Bronson nos semtamos em círculo en la Plaza de los Desaparecidos. Yo le explicaba rápidamente el plan al Antropólogo Don León Cadogan y a los Kachikes Guaraníes. Íbamos a atacar antes del amanecer, antes de que canten los gallos de los Voláis. Em pocos minutos de reunión, yo, Charles Bronson y los Kachikes Guaraníes ya estábamos decididos que antes del amanecer invadiríamos el Palazio de López y el Comando em Jefe Militar y la Radio Primero de Marzo y el Sistema Nacional de Televisione y devolveríamos al Paraguay al estado de Sociedad sin Estado… (Diegues en Los Chongos de Roa Bastos 2011: pp. 197- 198). Esta escena, valga como ejemplo, banaliza uno de los posibles ejes trasculturadores de la literatura paraguaya, las fauces mismas de esa posibilidad. No solo la oratura guaraní como probable substrato de la literatura de nuestro país sino también la potencialidad política del pensamiento indígena. Diegues ignora al campesinado como sujeto revolucionario, como principal contingente de pautas y valores que hacen a nuestra identidad amenazada (justamente por el colonialismo brasileño), sino que acompaña el rechazo del campesinado con un cuento perdulario. La misma aparición de Cadogan, no en forma de fantasma (metáfora marxiana aborrecible para un chongo) ni vivo en la historia del relato que lo que justamente propicia es la huida de la historia. Es una aparición más bien hologramática, fría e inocua, y en ese sentido de menor importancia que el mentado Charles Bronson (bien podría haber sido Chuk Norris, deidad de las tribus freakies) que es el propulsor de eso que no es peripecia ni llega a tener la fuerza retozante de las amenazas de un borracho. 5- Oñembopu Campamento Con la certeza de que la representación de las marginalidades no ha conseguido destrabar esta costumbre empacada que seguimos llamando literatura, la tarea de los escritores se refuerza y se dificulta. Dividir a la literatura paraguaya entre urbana / rural, no es más que otra puerilidad; toda literatura es urbana y política y se erige en rededor a los distintos anillos de poder de la ciudad letrada. Por otra parte, salvo que no queramos acatar los presupuestos de la mímesis, nadie puede desconocer que la misma urbanidad asunceña está compuesta de un sinfín de características propias de la ruralidad guaranítica. Los presupuestos cosmopolitas de los chongos son -y no por sana elección- una recreación desopilante del universo casacciano, donde los personajes (pongamos sus símiles de La babosa: Ramón Fleitas, Willy Espinoza, y aún don Félix Cardozo), impostan una urbanidad tan formal y endeble que no resiste dos tragos de caña o un verano en Areguá. El pretensioso cosmopolitismo estalla por los aires en testimonios de extranjeros que no se interesan en Paraguay ni como filatelistas. Tal el caso del relato de gira de Noel Gallagher que reprodujo ABC color el 11 de Mayo de 2012. En él, el rockstar inglés describe situaciones que para nosotros podrán ser cotidianas pero para un británico son muy extrañas: “En un momento estábamos volando sobre una especie de ruta doble y una jodida vaca simplemente apareció en el medio del camino... ¡Una jodida vaca de verdad... casualmente, dando un paseo! La evitamos y nos dio esa mirada que dan las vacas y nos mugió como diciendo ‘cuida tu velocidad, gringo’”, relató el ex integrante de Oasis. Entre otras cosas curiosas que vio, cita: “un gimnasio totalmente funcional simplemente ‘allí’ al costado del camino, muchas motocicletas descompuestas, un grupo de gallinas... en el medio del camino (probablemente buscando a la vaca), un aparentemente infinito ejército de jóvenes en los semáforos sosteniendo bananas (vendiendo presumiblemente), algo que parecía un taller de reparación de autos / tienda de mascotas y alguien transportando un caballo en la carrocería de una camioneta, todo eso viajando sobre baches del tamaño de una piscina” (ABColor 11/ 05/ 2012). Volviendo a lo importante, las grandes dominaciones culturales, económicas y políticas se establecen mientras permanecen los factores de dominación lingüística. Ergo, como dijera Meliá: “(…) un pueblo que se des-lengua, es un pueblo que se des-piensa, se des-dice, y finalmente se des-hace” (1997: p. 39). El burdo experimento que los chongos llaman portuñol salvaje, reafirma su distancia de las prácticas de hibridación que concretamente efectiviza el habla popular, y refuerza esa ideología que apela a suprimir y superar mediante la mezcla idiomática y cultural el antagonismo entre dominante y dominado. No creemos que esto le suceda al pueblo paraguayo (aunque la posibilidad se apoya en la violenta magnitud del enemigo colonialista); pero sí creemos, en cambio, que les sucede a estos jóvenes escritores. El problema no es solamente de resolución formal. Aunque existan textos que traten de la opresión política, económica y cultural, y reproduzcan la experiencia paraguaya en términos simbólicos y míticos, al hacerlo en la lengua de dominación se alejan irremediablemente del público al que tenían por destinatario de sus ficciones. La obra narrativa de Roa Bastos no es la excepción; él fue sumamente consciente de ello, como lo atestigua su famoso prólogo a Las culturas condenadas. Desde El trueno entre las hojas, crónica de una huelga triunfante y una insurrección derrotada, su obra no es sino un exitoso fracaso (tal como lo prefigura ese primer relato de la insurrección) donde la dimensión ética, aún cuando empalma con la estética, no puede superar los cercos de la diglosia. ¿Qué hacer para proporcionar a esta “literatura sin pasado” –se problematizaba Roa– su pasaje al porvenir, su proyección a la universalidad, sin el influjo de una viviente tradición? Tal vez apoyarla en los niveles más altos de la literatura americana, de la que se halla a medias segregada. Esto es lo que, en la práctica, se ven obligados a hacer los poetas y narradores del destierro. Pero entonces, en la misma medida de sus logros técnicos o artísticos, tal escritor paraguayo “va camino a perder su identidad”. La carencia de signos competentes de la literatura paraguaya hará cada vez más difícil comprenderlo dentro de ésta. ¿Puede haber mayor fracaso? (1991: p. 51) Las elecciones del gusto no nos deben engañar; desestimar los problemas de nuestra cultura, solo sirven como pauta publicitaria a los funcionarios del estado. Podemos creer que el teatro popular en guaraní, desde Julio Correa y Centurión Miranda hasta la actualidad, la poesía tangará, escrita y cantada, el cancionero (desde los cantos de estacioneros a Emiliano, nuestro José Hernández), los versos de Juan Maidana, Ramón Silva, Miguelángel Meza, Zenón Bogado Rolón, Gregorio Gómez Centurión, las crónicas de Rubén Rolandi, los relatos de Tadeo Zarratea y –mención aparte- la épica en verso de Carlos Martínez Gamba, son un intento de pergeñar un arte que reflexione, de sentido y coherencia a nuestra colectividad. Ese corpus, en verdad, aún no hace la literatura paraguaya pero lo celebramos como una hermosa posibilidad. No en vano, ese camino sembrado de derrotas, tal como describió Lenin el de la revolución, es el único viable para alcanzar la victoria. --------------- Bibliografía Corpus: AA.VV (2011) Los chongos de Roa Bastos, Buenos Aires, Santiago Arcos editor. Bibliografía consultada: ABColor (2012) “Paraguay, un país de locos”, en ABC color, Artes y Espectáculos, Asunción, 11 de Mayo de 2012. http://www.abc.com.py/edicion-impresa/artes-espectaculos/paraguay-un-pais-de-locos-400300.html Amaral, Raúl (1984) Escritos paraguayos, Asunción, Mediterráneo. AA.VV. (2002) Desafíos de la ficción, Alicante, Cuadernos de América Sin Nombre n° 7, Universidad de Alicante. Bareiro Saguier, Rubén (2007) Diversidad en la Literatura de Nuestra América, II volúmenes, Asunción, Servilibro. Barrett, Rafael (1988) Obras Completas, Asunción, RP ediciones/ ICI, IV tomos. Introducción, compilación, bibliografía y notas de Miguel Ángel Fernández. Benisz, Carla (2012) “El realismo profundo de Roa Bastos. 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